jueves, 15 de marzo de 2012

Sunset Blvd: un pedacito de Hollywood


Me encantan las películas que empiezan por el final. Esas en las que el protagonista te cuenta la historia con una voz en off y te deja ver cómo acaba todo antes de empezar de forma que ya solo cabe imaginar cómo se llega a ese desenlace. “American beauty” es un gran ejemplo, pero a mí la que me gusta de verdad es  “El crepúsculo de los dioses” de Billy Wilder. No hay comienzo que pueda superar al de una historia que arranca con el cuerpo de un guionista flotando en la piscina de una estrella de Hollywood mientras los paparazzis le hacen fotos. Todo, claro está, a la vez que el propio muerto nos explica cómo acabó con dos tiros en la espalda y otro en el estómago en tanto que la policía intenta pescar su cadáver.

Joe (William Holdem) en su primer plano de la película
“El Crepúsculo de los dioses” es una historia sobre el mundo del cine en la época dorada de los grandes estudios. Cuando la Metro y la Paramount firmaban actores desconocidos y los convertían en estrellas con contratos para 20 películas. Cuando ser actor era tanto como ser una divinidad en la tierra no solo por la vida de lujo, riqueza y glamour, sino por ese aura sobrenatural que imprimía la pantalla plateada de las grandes salas. Una era dorada que comenzó con el sonido en las películas, que dio voz a los actores y por el mismo motivo acabó asesinando a muchos mitos del cine mudo, como Chaplin por ejemplo, que cayeron sin remedio en el olvido. Un mundo sonoro que a su vez ensalzó la figura del escritor y guionista, que inventaba los diálogos para las nuevas estrellas que además de capturar el ojo del espectador como hasta entonces, debían ahora atrapar también sus oídos.

Precisamente sobre actores y guionistas gira toda la trama. Por un lado, la estrella cincuentona del cine mudo que lleva años sin hacer una película. Una actriz a la que todos han dado la espalda hasta caer en el olvido y que vive aislada en su propia fantasía de querer seguir siendo una celebridad del negocio de Hollywood. Una mujer mayor, caprichosa, enferma de fama y atención que necesita como el respirar que los admiradores y paparazzis la adulen continuamente y que no puede aceptar la realidad: sus días de estrella de la gran pantalla hace años que quedaron atrás. Y por otro lado frente a ella, el joven guionista y escritor de fortuna al que persiguen los acreedores. Ese pobre hombre que a duras penas se gana la vida escribiendo algunas líneas para los estudios de cine y que vive de los favores de amigos y conocidos mientras espera su oportunidad de vender una gran historia. Ambos por supuesto destinados a encontrarse y a vivir el uno del otro porque ambos tienen lo que el otro necesita. Ella dinero y contactos. Él, conocimiento de cómo funciona el nuevo cine sonoro al que ella anhela volver, pero sobre todo, ambos dan al otro la atención y el cariño que la propia industria de Hollywood les niega continuamente. Una relación vampírica y enfermiza entre ambos en la que cabe señalar cómo Wilder retrata a ese joven mantenido que vive a costa de la mujer mayor, que no tiene problemas en aceptar esto siempre que tenga toda su atención y cariño para ella sola.


Porque al final señoras y señores, esta película no deja de ser la historia de unas pobres almas necesitadas. Unas, de atención y fama, y otras, de dinero y trabajo sin olvidar que Dios es un un tipo con sentido del humor y da pañuelos al que no tiene mocos que sonarse. Quizás es por eso que pese a que han pasado más de 60 años desde su estreno cada vez que veo esta obra me gusta más y más, porque cuenta algo universal, que llega hasta nuestros días y que que nos alcanza a todos: la enfermiza necesidad que tenemos de conseguir de los demás aquello que anhelamos y de lo que nosotros mismos carecemos, sea lo que sea eso para cada uno, y lo triste y peligroso que puede llegar a ser el no obtenerlo.

Quizás Wilder sea el gran genio de la comedia, pero a mí me pierde este pequeño drama de cine negro que nos regaló. Pornerle apellidos a los genios del celuloide me parece que es como largarle medio litro de casera a un buen reserva. ¡Coño, los genios son genios y punto! ¡Basta ya de tonterías y chorradas que para hablar de Billy Wilder hay que ponerse en pie y quitarse el sombrero! Este tipo era un maestro en la comedia, el drama, el western o lo que fuera que tuviera que ver con el cine. Lo dicho. Nada de un genio de la comedia, ¡Un genio y punto, sin más! Solo hace falta ver Sunset Boulevard para darse cuenta. Y si como a aquel magnate de los estudios ves la película y no te gusta, solo te diré lo mismo que le dijo el gran Wilder el día del estreno a ese gran empresario.

martes, 6 de marzo de 2012

¡Qué se mueran los héroes!


Lo reconozco, tengo un problema. ¿Solo uno? Bueno sí, en realidad tengo muchos. la hipoteca, mi jefe, el regalo de mi suegra… Pero hay uno que me preocupa especialmente. De pequeño cruzaba los dedos para que el pobre Coyote atrapara al Correcaminos. También soy de los que secretamente animaba a Darth Vader en su lucha contra Luke Skywalker en "La guerra de las galaxias", y ni que decir tiene que salté del asiento en el cine cuando los marcianos hicieron volar por los aires la Casa Blanca en "Independence Day". Lo sé, el problema es serio: me gustan más los malos de película que los héroes. Tras expiar mis pecados con esta confesión, podéis imaginar que “Pozos de ambición”, de Paul Thomas Anderson, me entusiasmó.

Daniel Plainview y su "hijo y asociado" H.W.
La película es una adaptación de la novela “Oil!” que cuenta la vida de Daniel Plainview, un magnate del petróleo hecho a sí mismo en la California de principios del Siglo XX. Ese típico emprendedor americano que vendería a su madre por conseguir lo que se propone y con un único objetivo en la vida: “ganar el dinero suficiente para aislarme del mundo y no volver a saber nada de las personas que lo habitan”. Hasta ahí, podría decirse que el argumento no pasaría de ser uno más de esos westerns cuya originalidad reside en haber sido ambientada en la época de las prospecciones petroleras en lugar de en la fiebre del oro. Bien. Más allá del escenario en el que tiene lugar, el film tiene el mérito de describir magníficamente a sus personajes. ¡Y qué personajes señores, qué personajes! Porque si la historia del hombre hecho a sí mismo nos la han contado mil veces en Hollywood en películas como "Ciudadano Kane" o la saga de "El padrino", lo que hace única a esta obra son los personajes y cómo los muestra ante la cámara. Todos diferentes pero con el común denominador de  tener un corazón tan negro como el crudo que brota del suelo por el que caminan.

Daniel Day-Lewis, vigilando la prospección de pozos
“Pozos de ambición” carece de héroes, solo hay gente normal cuya ansia por enriquecerse les convierte en villanos o víctimas de la fiebre del oro negro. Así, comienzan a desfilar por la pantalla toda una colección de pintorescos hombres propios de la época pero que sin embargo todos podríamos relacionar con otros más actuales: Los incautos dueños de tierras en mitad del desierto que desconocen el tesoro que oculta la arena, el hijo a quien sus padres echaron de casa y se venga de ellos ayudando a los buscadores de petróleo, el predicador evangélico que obra milagros en misa y que no es más que un vendedor de humo, la trastornada congregación religiosa de la Iglesia de la  Tercera Revelación y su puritanismo histérico, el hermano perdido que tras 20 años aparece en el momento justo cuando se encuentra petróleo, el millonario prepotente y altivo que quiere echar al pequeño emprendedor por lo civil o por lo criminal del negocio del crudo, y envolviéndolo todo, finalmente, el desierto de California. Ese personaje  mudo y protagonista de todo western cuya expresividad Paul Thomas potencia con  los planos más expresivos y maravillosos que se puedan imaginar.



Y con estos “trajes”, mención aparte requieren sus interpretes. Un Daniel Day-Lewis soberbio y en estado de gracia en el que quizás sea su mejor trabajo hasta la fecha y que le valió el Oscar. Un Paulo Dano que le aguanta el plano a Day-Lewis y le da prefecta réplica en su papel predicador y milagrero que se aprovecha de los incautos y puritanos moradores del desierto de Little Boston. Ambos fantásticos en sus planos y sublimes en las escenas que comparten. Todo ello sin olvidar al elenco de secundarios de lujo que completan un maravilloso reparto que encabezan Dillon Freasier y Kevin O’connor en sus roles de hijo adoptivo que se convierte en un lastre para triunfar y hermanastro secreto que aparece justo en el momento de encontrar petróleo respectivamente.

Cualquier película nominada a 8 Oscars suele ser digna de verse y tiene sin duda algún tipo de interés. Si como a mí te gustan especialmente los “malos” del celuloide, no lo dudes. "Pozos de Ambición" es una de esas 100 que hay que ver. Yo por mi parte ya te digo que no quiero curarme de lo mío. ¡Qué se mueran todos los héroes! ¡A mí me gustan más los villanos!.